sábado, 13 de febrero de 2010

La Unión Europea y su permanente crisis de identidad.

La Unión Europea nace del interés de los países fundadores de crear un espacio de cooperación económica para poder desarrollar un mercado más amplio capaz de aportar ventajas competitivas. Además existía en los discursos de la época una intención de integración social, cultural y política en un nuevo espacio común en el que desarrollar una identidad propia como ciudadano europeo.

Al transcurrir de los años ha quedado claro que la integración económica, aún con sus dificultades, ha sido más factible de llevar a cabo que la pretendida creación de una identidad común que está por definirse y cuya materialización se prevé complicada por la confluencia de diversos factores que operan en su contra.

La visión de una Europa unida por su economía tanto al nivel de los agentes económicos como de los políticos suscitaba recelos al plantearse la reconversión de las diferentes economías europeas para afrontar la integración económica, no obstante una vez superados estos, las ventajas asociadas a la formación de un mercado común capaz de contarse entre los más potentes a nivel internacional junto con el norteamericano, japonés y más recientemente el chino eran y son evidentes, siendo este el motivo fundamental por el que se ha desarrollado más la faceta económica que la social o la cultural.

Además del factor puramente económico, cuyo mayor interés en ser desarrollado ha restado oportunidades a la integración social, existe otro factor que opone resistencia. Esta resistencia viene de los propios países miembros y en especial de sus gobiernos nacionales que no quieren perder soberanía ni control sobre sus ciudadanos en favor de unas instituciones supranacionales.

Lo cierto es que los estados se ven permanentemente presionados para ceder cuotas de poder tanto a las instituciones locales, más próximas y valoradas por la ciudadanía, como a las supranacionales como la propia Unión Europea, mucho menos valorada y entendida por los ciudadanos pero capaz de operar con más eficiencia y poder a nivel global.

Esta constante cesión de poder está descapitalizando a los estados nacionales que conscientes de ello se esfuerzan en poner trabas para impedir, en la medida de lo posible, la fuga de soberanía entre lo local y lo global.

A esta situación se une la fuerza de la historia que vincula a los ciudadanos con su identidad local y nacional, unos lazos tejidos durante generaciones, en detrimento de la incipiente identidad europea.

La actual crisis económica cuyos efectos empezaron a notarse desde el verano del 2007 y que sigue desarrollándose en la actualidad, está poniendo a prueba la solidez de muchas instituciones y también de la propia Unión Europea. Este es otro factor de discordia entre los países miembros que en ocasiones optan por llegar a acuerdos con terceros países en materia de comercio exterior, suministro energético o política exterior a espaldas de las decisiones que como Unión Europea se hayan determinado. Estos acontecimientos restan credibilidad a los planteamientos europeos en la escena internacional resquebrajando la unidad y limitando la voz de Europa como un bloque frente al resto de interlocutores globales.

Otro lastre para el desarrollo de la Unión Europea y prueba de la falta de interés por ceder soberanía de los estados miembros es la carga burocrática y la superposición de funciones que soportan las instituciones comunitarias. Esta situación las convierte en lentas, onerosas y las separa de las necesidades reales de los ciudadanos que son los que en última instancia tienen que apoyarlas o no.

Los ciudadanos tienen que percibir que la unión de los países en una estructura supranacional les aporta algo a ellos independientemente de los beneficios que suponga a nivel macroeconómico. La relación y el diálogo entre lo local, lo nacional y lo supranacional es clave y tiene que ser fructífero en primer lugar para los ciudadanos, no para una élite política cada vez más costosa de soportar en función de su poca eficiencia o para los agentes económicos que buscan permanentemente el incremento de sus beneficios obviando el interés de la ciudadanía.

El acercamiento cultural y social entre una clase media creciente, sólida y homogénea en cuanto a sus condiciones de bienestar, en los diferentes estados de la unión, debe predominar ante los diferentes intereses para generar una identidad común apoyada por unas instituciones ágiles, pendientes de las necesidades locales, sensibles a las diferentes identidades culturales y firmes en las relaciones internacionales.

Sin menoscabo del ingente trabajo realizado hasta ahora y valorando cada uno de los pasos dados, como necesario para afrontar el siguiente, lo indicado anteriormente es el reto fundamental que ahora más que nunca tiene que afrontar la Unión Europea si quiere ser un polo de cohesión sociocultural en torno a una nueva identidad compartida que complemente las ya existentes y que genere estabilidad y prosperidad.

Publicado por Arcano.